doi.org/10.15198/seeci.2016.41.104-135
INVESTIGACIÓN

LA CONSTRUCCIÓN DE LA RIVALIDAD RIVER-BOCA. SÍMBOLOS, DISCURSOS Y RITUALES DEL HINCHISMO EN EL PROCESO DE POPULARIZACIÓN DEL FÚTBOL
THE CONSTRUCTION OF THE RIVER-BOCA RIVALRY. SYMBOLS, SPEECHES AND RITUALS OF THE CLAQUES IN THE PROCESS OF POPULARIZATION OF THE SOCCER

Germán Hasicic1

1Universidad Nacional de La Plata. Argentina

RESUMEN
Este trabajo ofrece una mirada hacia atrás, cuyo objetivo ha sido relevar y analizar dos aspectos clave: por un lado, la incorporación del fútbol como bien cultural en nuestro país y su impacto en los modos de socialización –principalmente el rol del club– en una etapa donde lo nacional fluctuaba a raíz las oleadas migratorias de fines de siglo XIX y principios del XX; por el otro, la historia del Club Atlético River Plate, desde su fundación hasta la actualidad, enfatizando en aquellos aspectos culturales, simbólicos y territoriales que han contribuido a la construcción identitaria de la institución.

PALABRAS CLAVE: cultura, club, popularización, fútbol, territorio, River Plate

ABSTRACT
This work offers a look backwards, whose objective has been to highlight and analyze two key aspects: on the one hand, the incorporation of soccer as a cultural asset in our country and its impact on the modes of socialization - mainly the role of the club - in a Stage where the national fluctuated as a result of the migratory waves of the late nineteenth and early twentieth centuries; On the other, the history of the River Plate Athletic Club, from its foundation to the present day, emphasizing those cultural, symbolic and territorial aspects that have contributed to the identity construction of the institution.

KEY WORDS: Culture, club, popularization, football, territory, River Plate

Recibido: 04/09/2016
Aceptado: 19/10/2016
Publicado: 15/11/2016

Correspondencia: Germán Hasicic
germanhasicic@gmail.com

1. INTRODUCCIÓN

Toda investigación, cualquiera sea su disciplina y objeto de estudio, requiere una búsqueda preliminar de antecedentes, experiencias y disputas. A priori, esta afirmación resulta una obviedad. Sin embargo, este proceso es indispensable, ya que brinda información sustancial en función del presente y comprender ciertos escenarios y conflictos. En términos generales, podríamos aventurarnos a decir que la historia es el conjunto de relatos cronológicamente ordenadas de sucesos, acontecimientos o procesos del pasado que impactan y poseen relevancia en el presente. Desconocer su importancia no solamente significaría incurrir en un error elemental, sino que además imposibilitaría identificar continuidades y rupturas.
En nuestro caso, resulta pertinente acercarnos a una definición de lo que se entiende por historia social, ya que nuestro objeto es analizado en el marco de una “sociedad en movimiento” (Bianchi, 2013). Cabe señalar este aspecto, ya que no se trata de una sucesión estática y unidireccional de hechos. Febvre adhiere a esta mirada y sostiene que “la historia es por definición absolutamente social. Es el estudio científicamente elaborado de las diversas actividades y creaciones de los hombres en otros tiempos, captadas en su fecha, en el marco de sociedades extremadamente variadas […]”.
Este capítulo ofrece una mirada hacia atrás, cuyo objetivo ha sido relevar y analizar dos aspectos clave: por un lado, la incorporación del fútbol como bien cultural en nuestro país y su impacto en los modos de socialización –principalmente el rol del club– en una etapa donde lo nacional fluctuaba a raíz las oleadas migratorias de fines de siglo XIX y principios del XX; por el otro, la historia del Club Atlético River Plate –desde su fundación hasta la actualidad–, enfatizando en aquellos aspectos culturales, simbólicos y territoriales que han contribuido a la construcción identitaria de la institución. En este último punto, cabe señalar el papel insoslayable de un otro en una suerte de simbiosis: el Club Atlético Boca Juniors, “el rival de toda la vida”.
Para ello se ha reunido un conjunto de testimonios, voces, experiencias y subjetividades correspondientes a diversas fuentes personales, académicas y periodísticas que permite elaborar un corpus integrado. Según Alejandro Fabbri, “las historias oficiales son como una creación fantástica”. Sin embargo, en su libro prioriza la realidad sobre la construcción mitológica, echando luz sobre los orígenes y el desarrollo de los clubes del fútbol local. A su vez, se evitó toda tentación de quedar atrapados entre numerosos relatos (míticos o no) que los envuelven, tales como la leyenda según la cual la cancha del Club Atlético Tigre se la conoce como la del “lechero ahogado”, porque un repartidor de leche murió sobre su césped–, y que en más de una ocasión coquetean con lo inverosímil.
Nuestros inquietudes se orientaron a la posibilidad (o no) de rastrear y hallar marcas o huellas vinculadas a sentidos, discursos y experiencias. ¿Qué elementos simbólicos e identitarios subyacen en esa “rivalidad que nació en el sur”? ¿Qué nos dicen esas disputas también territoriales y deportivas? ¿Existe una identidad que se ratifica en el tiempo a partir de la estigmatización del Otro? Partimos de la premisa que la respuesta a estos interrogantes nos brindaría un completo panorama del contexto cultural, político y deportivo en el cual emergió institucionalmente River y, al mismo tiempo, hallar ciertas subjetividades en la constitución de ese incipiente hincha/socio.
Previamente, será clave abordar el papel desempeñado por los clubes como instituciones por fuera de la órbita estatal, matrices creadoras de identidad, “nacionalidad” y dispositivo cultural alternativo de socialización (Archetti, 2001). Para ello se ha desarrollado una breve e imprescindible historización respecto a la relación centro-periferia en tiempos del imperialismo británico, la introducción del fútbol en la región (producto de estas relaciones comerciales), su apropiación, resignificación y el proceso de popularización.

2. DISCUSIÓN

2.1. Deporte e imperialismo. Dos caras de la misma moneda

Previamente a la conformación de clubes o las denominadas asociaciones civiles, mucha agua corrió por debajo del puente. Esta simple metáfora sirve de puntapié y dar cuenta de las condiciones en las cuales el deporte –y el fútbol en particular– ha irrumpido y sido apropiado en las sociedades de nuestra región.
En la actualidad, el deporte latinoamericano es un gran socializador y permite entender así algunos de los fenómenos cruciales del análisis cultural contemporáneo: la constitución de identidades. Trazar este análisis precisa una entrada histórica. Porque a pesar de su impacto y pregnancia en nuestras sociedades, el deporte no es un invento autóctono, vernáculo: “comprender los modos de apropiación y difusión de este fenómeno también ilustra sobre las relaciones centro-periferia, nudo importante de la realidad socio-cultural latinoamericana” (Alabarces, 2006, p. 2)
El deporte es un invento de la modernidad europea y, con mayor precisión, producto del capitalismo británico a mediados del siglo XIX. En ese momento, y especialmente como codificación de distintos juegos populares –el fútbol o el rugby–, o de regulación de prácticas de la aristocracia británica –el boxeo, por ejemplo–, el deporte emerge en las public schools, transformándose rápidamente en pasatiempo de clases con tiempo libre, pero también como instrumento de disciplinamiento del cuerpo y preparación para la guerra de las elites.
En consecuencia, a partir del siglo XIX puede rastrearse el origen de los deportes modernos. Básicamente en la Inglaterra industrial y, posteriormente, en los Estados Unidos, que surgían como potencia alternativa hacia fines del período. Mientras que los británicos fueron los creadores del cricket, fútbol, rugby, ciclismo, boxeo, esgrima; béisbol, vóleibol y básquet fueron inventados por los norteamericanos. Asimismo, la difusión global de los deportes modernos es simultánea a la construcción de los mercados mundiales y los imperios coloniales.
En cierta medida, Gran Bretaña “le debía” su soberanía al deporte. El mecanismo de difusión y circulación implicaba simultáneamente dos agentes: los administradores coloniales o las burguesías empresarias, que extendían sus prácticas entre los residentes británicos o norteamericanos locales (tanto en las colonias efectivas como en las neo-colonias económicas), muy especialmente a través de las escuelas de las comunidades anglosajonas, para luego ser imitados por las elites locales; y a la vez los obreros o empleados de los transportes –básicamente, ferrocarriles y barcos–, que, influidos por la rápida popularización y profesionalización de los deportes en sus países de origen, desplegaban sus prácticas en los puertos o en los lugares a los que llegaban las vías férreas. Esta duplicidad permitía una expansión veloz de las prácticas deportivas en segmentos amplios de las poblaciones locales –simultáneamente, las elites y las clases medias: aunque haría falta llegar al siglo XX para su expansión entre las clases populares, deudoras del tiempo libre para poder practicar deportes, lo que precisaría de cierta modernización de los regímenes laborales.
Esa expansión entre las clases populares es lo que ha sido definido como procesos de popularización. Estos consisten en los modos particulares en que las clases se apropian de un deporte, en algunos casos hasta desplazar a las clases dominantes de su práctica. En este sentido, las razones –contemplando las particularidades de cada sociedad y nación– se articulan en dos ejes clave. Por un lado, la igualdad que define al deporte moderno dentro de un imaginario democrático deportivo (García Ferrando, 1990), diseñando un espacio real de ascenso social imposible de hallar en el mundo sociopolítico del capitalismo (Archetti, 2001). El deporte se transforma así en un lugar donde no solo el débil puede vencer al poderoso –aspecto central a la hora de las competencias internacionales entre países periféricos y centrales1–; es también donde el pobre puede valerse de sí mismo para obtener dicho ascenso. Por el otro, la profesionalización, la cual enfrenta a las clases populares y medias en surgimiento con las elites, en tanto significa “la retribución por un uso hasta entonces ilegítimo del tiempo libre, tornándolo legítimo y útil; permitiendo, nuevamente, la construcción del deporte como espacio de incorporación y ascenso social de las clases populares” (Alabarces, 2006, p. 5).

1En perspectiva con la División Internacional del Trabajo imperante durante el siglo XIX y comienzos del XX. Se trata de un proceso de producción mundial entre países y regiones que “ordenaba” la especialización en la elaboración de determinados bienes.

2.2. La pelota llega al Río de La Plata: la popularización del fútbol

Los intereses e influencia político-económica británica en nuestro territorio datan de principios del siglo XIX. El primer gran acontecimiento, sin lugar a dudas, fueron las Invasiones Inglesas (1806-1807) al Virreinato del Río de La Plata, registrándose una partida de cricket entre los invasores. Pocos años después, Thomas Hogg, dueño de una fábrica textil en Yorkshire e instalado tempranamente en Buenos Aires, fundó un centro comercial, una biblioteca, un colegio y en 1819 un club de cricket (todos británicos).
En 1832, un grupo de jóvenes argentinos que retornaron de sus estudios en el extranjero fundaron su propio club de cricket. El hijo de Hogg –también llamado Thomas– fundó el Deadnought Swimming Club hacia 1860, organizando competencias en 1863 y, años más tarde, introdujo el squash. Con su hermano James, creó la Buenos Aires Athletic Society, que el 30 de mayo de 1867 organizó la primera competencia atlética. Ambos también jugaron en el primer partido de rugby, en el Buenos Aires Cricket Club, el 14 de mayo de 1874. Ambos jugaron el primer partido de tenis, en 1880. Y finalmente, aunque no menos importante, el 20 de junio de 1867 ambos lideraron los equipos del primer partido de fútbol.
El impulso decisivo para el fútbol lo dio, en 1884, el escocés Alexander Watson Hutton, al fundar el Buenos Aires English High School, introduciendo en la currícula escolar la práctica de deportes. Por su parte, los ferrocarriles, todos en manos de capitales británicos, colaboraban: en 1891 se organiza la primera Liga, creada por F. L. Wooley, miembro del Buenos Aires and Rosario Railway Athletic Club, un club deportivo ligado a la empresa. La conjunción de ambos factores podía verse en el partido, en 1890, entre los obreros del Ferrocarril Nordeste Argentino y los estudiantes del Colegio Nacional de Santiago del Estero: este juego también señalaba la rápida expansión de la práctica por el territorio nacional. En 1893, producto de una alianza entre clubes y colegios británicos, se creó la Argentine Football Association, que recién castellanizaría su nombre –y el registro de sus actas– en 1905. Toda la década estará dominada por los clubes y colegios de la colectividad, hasta que en la siguiente comience la hegemonía de los nuevos clubes de las clases medias criollas: estos, a veces ligados a pertenencias territoriales –los nuevos barrios porteños o las ciudades pequeñas del interior del país– o a empresas industriales o de servicios –ferrocarriles, pero también comercios–, son los agentes de un intenso proceso de popularización que involucrará también a las clases populares y que desembocará en la profesionalización en 19312 (Frydenberg, 2003). A partir de ese momento, los clubes de la elite abandonan la práctica del fútbol para concentrarse en el rugby y, más tarde, en el hockey femenino, que durante décadas conformarán un núcleo duro y distintivo de clase.
En las orillas uruguayas, el proceso tendrá similitudes: en 1842, se crea en el Victoria Cricket Club y en 1861, el Montevideo Cricket Club. Desde el comienzo de la difusión deportiva apareció más extendido el fútbol que el cricket, pero esto se afianza en 1891, con la fundación del Central Uruguay Railway Cricket Club (luego Peñarol de Montevideo): sus miembros, ligados obviamente al ferrocarril, jugaban cricket en verano y fútbol en invierno, hasta finalmente concentrarse en el segundo. En 1899 se crea el club Nacional, para “arrancar el deporte de las manos de los extranjeros”, como su nombre lo indica a las claras. En 1900 se funda la Uruguay Football Association; el proceso de popularización, similar al argentino, culmina cuando el fútbol oriental conquista, en 1924 y 1928, las medallas doradas olímpicas en París y Ámsterdam, respectivamente y el primer Campeonato Mundial de Fútbol, disputado precisamente en Montevideo en 1930.

2Julio Frydenberg estudió Historia en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (UBA), donde se doctoró y actualmente se desempeña como docente. Fundó y dirige el Centro de Estudios del Deporte de la Escuela de Política y Gobierno de la Universidad Nacional de General San Martín (UNSAM). Investiga desde hace más de veinte años temas asociados a la historia del deporte en la Argentina, y específicamente ligados al fútbol y los clubes. En referencia a la profesionalización del fútbol argentino en 1931, expresa: “En general, en otras partes del mundo la llegada del profesionalismo se produjo sin huelgas. Nuestro caso es singular. Hay que tener en cuenta, además, el proceso del desarrollo del espectáculo. La huelga no tenía como objeto el profesionalismo, al menos los jugadores no hablaban de eso. Lo que exigían los jugadores era el pase libre al finalizar los campeonatos. Los que querían el profesionalismo eran los dirigentes, aunque a los jugadores los beneficiaba, porque blanqueaba una situación de hecho: el amateurismo marrón”. Cita extraída de “De la huelga nace el fútbol profesional”, Página 12 (2003, julio). En línea: <www.pagina12.com.ar/diario/deportes/8-23266-2003-07-27.html>. Consultado el 2 de enero de 2016.

La llegada del fútbol a Buenos Aires hacia 1870 coincidió con la constitución del Estado y de la Nación Argentina. Desde esa fecha hasta fines de ese siglo, su práctica fue ejercida dentro de la colonia inglesa, sus escuelas, sus empresas y en algunos pocos clubes junto con grupos de la élite criolla local. La llegada del deporte a los sectores populares coincidió también con un tiempo inaugural: la popularización de la práctica del fútbol fue simultánea con la formación misma de los sectores populares modernos en la ciudad.
Los actores y los discursos que competían en los momentos de máximo apogeo de la oleada fundacional de clubes de fútbol eran desde grupos anarquistas, sindicalistas revolucionarios y socialistas hasta la nueva tradición patriótica, elaborada desde el aparato estatal para homogeneizar una sociedad formada en buena proporción por inmigrantes recién llegados hasta los grupos nacionalistas y la iglesia (Frydenberg, 1995).
El fútbol –como práctica convocante de buena parte de los sectores sociales– fue escenario de la configuración de una amplia gama de fenómenos y, especialmente, aquellos que integran el mundo simbólico. A la vez, fue generador de hábitos, sentimientos y valores que conformaron a la propia cultura. Si observamos el lugar que ha ocupado en la sociedad argentina a partir de los últimos años del siglo XIX, puede advertirse la pertinencia del acercamiento al fenómeno del fútbol, destacándose su papel en la creación de lazos identitarios:
La popularización de la práctica futbolística se produjo durante la primera década del siglo XX, a partir de la fundación de una gran cantidad de equipos-clubes. El acto original creador de estas protoinstituciones tensó los espíritus de sus jóvenes fundadores, y en esa acción nucleante se expresó, en buena proporción, la carga de sentimientos y valores amasados en la corta experiencia de vida de esos noveles “footballers”. (Frydenberg, 1995)
En un contexto en el cual el tejido social local se hallaba en plena constitución, los clubes y asociaciones civiles comenzaban a cumplir un rol clave, transformándose en un espacio capaz de homogenizar las mixturas correspondientes a las más diversas etnias, a raíz de las dos grandes oleadas migratorias (la primera hacia 1880 y la segunda a partir de la década del 20) que protagonizó nuestro país.

2.3. La dimensión social de los clubes y consolidación de “lo nacional”

La expansión del deporte en la Argentina se puede asociar al desarrollo de la sociedad civil, ya que las organizaciones y clubes deportivos generaron espacios de autonomía y participación social al margen del Estado. En ese contexto particular, las prácticas deportivas y, en especial, los deportes de equipo, “permitieron establecer un espacio nacional de competencia real y de movilidad social –ya que los mejores deportistas de las provincias pudieron hacer carrera en Buenos Aires– y de unificación territorial y simbólica, donde la prensa y la radio de la década del 20 jugaron un papel crucial en esta dirección” (Archetti, 2001, p. 12).
La posibilidad de construir una suerte de historia común –y ser protagonistas de la misma– resulta una función vital y un aspecto sustancial al momento de analizar su rol social:
Una característica importante de la cultura asociativa es el tipo de sociabilidad existente. […] La sociabilidad deviene una “rememoración cognitiva” de experiencias deportivas. El club, además de posibilitar la práctica deportiva, puede ser descripto como un conjunto de personas que se relacionan, intercambian experiencias deportivas y llegan a conocerse, con lo que construyen una realidad común. (Heinemann, 1997, p. 18)
Para 1914, muchos de los deportes introducidos por los británicos en el siglo anterior se habían convertido en prácticas de tiempo libre diseminadas a lo largo del territorio nacional. Se trata de una fecha importante en la historia de nuestro fútbol, ya que el año anterior, un club eminentemente “criollo”, Racing Club de Avellaneda, teóricamente sin un solo jugador de origen británico en la formación titular conquista por primera vez el campeonato de primera división. A partir de este acontecimiento, los clubes británicos como Alumni o Belgrano Athletic, pierden su peso futbolístico y sus jugadores desaparecerán de los equipos nacionales. La fundación criolla “no es solo la argentinización de un deporte británico sino una fundación en donde los hijos de inmigrantes latinos comienzan a dominar la práctica activa” (Archetti, 2001, p. 9).
El antropólogo incluso va más allá de la dimensión social de los clubes y su misión (no planificada) como articuladora en la construcción de la identidad nacional, es decir, la “argentinización” de masas extranjeras a través de las prácticas deportivas. Así, propone un doble proceso simultáneo:
La Argentina importa deportes ingleses y los hace suyos en una suerte de simbiosis amnésica, ya que con el tiempo esas prácticas serán solo vistas como nacionales, exportará el tango al mundo entero. Importación y exportación ocurren paralelamente y consolidad un mundo cultural global. […] El deporte pasa a ser así un espejo donde verse y ser visto al mismo tiempo. La Argentina exporta cuerpos, caras, gestos y eventos deportivos, y a partir de ellos una imagen de lo nacional se construye, al mismo tiempo, afuera y adentro” (Archetti, 2001, p. 17-114).
Abonando a esta perspectiva, encontramos en Mosse una mirada complementaria, quien enfatiza en la importancia de los deportes colectivos en la consolidación de los nacionalismos: “la virilidad y el coraje son dimensiones de la masculinidad tradicional que se mezclan con los nuevos ideales corporales (belleza y condición física) de la modernidad” (Mosse, 1985: 117-128). Es decir, en esta incorporación hubo una selección de prácticas que hicieron posible la expresión de identidades, no solo masculinas sino de clase y nacionales. En este sentido, Archetti realiza un aporte fundamental vinculado a la cuestión de clase. En la presentación de prácticas deportivas tan diferentes –como el fútbol, el boxeo y el automovilismo– encontramos la base de lo nacional compuesto por “un caleidoscopio complejo y, en muchas ocasiones, contradictorio. No solo hay contradicciones individuales sino también dimensiones de clase que parecen incompatibles. […] Precisamente, es a través de esta combinación heterogénea que las imágenes de lo nacional se construyen” (Archetti, 2001, p. 114).
Si profundizamos sobre la popularización del fútbol, indefectiblemente debemos referirnos a la edificación de la ciudad y la construcción de la identidad generacional, local (vecinal, luego barrial) y porteña, la cual se ha desarrollado a través de una serie de vínculos conflictivos. Así, parece necesario abandonar la visión tradicional del libre acceso a espacios como una de las causas de la popularidad del fútbol. Tal vez sea necesario imaginar que jugaban donde podían y no donde querían, debido a una triple presión que la ciudad ejercía sobre quienes buscaban cancha: los loteados privados, las obras públicas y la lejanía de los terrenos disponibles (Frydenberg, 1995: 59). Es un lugar común sostener que hubo una íntima relación entre el fútbol (en especial, con la vida de los clubes) y el vecindario. En cierto modo, los obstáculos contribuyeron a impulsar una enorme potencia simbólica identitaria que fundó la relación entre el fútbol, el territorio y los demás clubes, tal como lo observaremos con el caso River.

2.4. El fútbol y los sectores populares: intervención sobre el espacio público

La potencia con la que se generó el fenómeno del fútbol estuvo ligada al encuentro de dos fenómenos simultáneos: la formación de los sectores populares modernos y la adopción de la práctica futbolística. Es decir, buena parte de su arraigo habría que ubicarla en la fuerza con la que quedó asociado a los lazos forjadores de vínculos identitarios en el momento original.
La popularización de la práctica del fútbol se sumó, en el espacio y en el tiempo, a la formación de la ciudad moderna y a la de los propios sectores populares y su cultura. El ritmo vertiginoso con el cual se abrieron paso numerosos clubes en los albores del siglo XX coincidió con la disputa de esta potestad con las elites británicas y criollas:
La ciudad de Buenos Aires pasó a tener con el tiempo una veintena de estadios de fútbol, en su mayoría de clubes nacidos entre 1900 y 1915. […] Además de la cantidad, sobresale el hecho de que los orígenes sociales de la mayor parte de los clubes pueden asimilarse a jóvenes empleados de casas comerciales y, especialmente, pobladores de vecindarios porteños. (Frydenberg, 1995, p. 58)
De esta manera, se identifica una potencia formidable en estos nuevos footballers que lograron surcar el espacio urbano con decenas de canchas de fútbol. La pregunta por el esfuerzo que esto implicó seguramente haya que rastrearla en las características que definieron al fútbol como escenario en el que se ponían en juego sentimientos y valores que comenzaban a marcar la vida de aquellos jóvenes. Este complejo movimiento se torna incomprensible si no se atiende al aspecto generacional, ya que se trataba de un colectivo buscando un lugar propio en una sociedad volátil y en conformación. Una vez más, Frydenberg aporta una valiosa reflexión al respecto:
Se trataba de una generación –en muchos casos hijos de inmigrantes– que deseaban mostrarse, distinguirse, en este caso expresado abiertamente en lucha por un terreno. En realidad, no hubo vecindario ni barrio sin conciencia de pertenencia. Fue una construcción simbólica a partir de experiencias comunes edificadas sobre prácticas que –como en el caso del fútbol– involucraron fuertemente a sus participantes. (Frydenberg, 1995, p. 59)
Si el vínculo identitario no quedó asociado a las colectividades nacionales, sí primó el sentimiento y la razón de la defensa del pequeño espacio local, vecinal, de cuadra o de esquina. Sumado a este aparecerá desde 1910 un recurrente apego a la simbología patria, emblematizada en los próceres nacionales. Es decir, este desacople temporal entre la fundación de la tradición patria de fines de siglo XIX y comienzos del XX y su plena adopción tal vez nos remita al pasaje de la formación del discurso patrio y a su recepción, en este caso vehiculizada en el fútbol.
Para la mayoría de los clubes fundados en la época no resultó nada sencillo encontrar un espacio apropiado donde instalar un campo de juego. No obstante ¿por qué fue el fútbol el deporte que terminó por arraigarse entre las mayorías de nuestro país? La respuesta a este interrogante suele vincularse a la disponibilidad de los recursos necesarios para su práctica: un terreno usado como campo de juego –o “potrero”– y algún elemento que cumpla la función de pelota. Numerosas tesis afirman que la fuerza de la inserción del fútbol entre los sectores populares se debió precisamente a la plástica recepción del espacio citadino. Lo curioso es que al mismo tiempo se mencionan las mudanzas por las que tuvieron que atravesar los clubes en su búsqueda de terrenos: “Esta noción construida acerca del feliz encuentro entre ciudad y fútbol –por lo menos para Buenos Aires hacia las primeras décadas del siglo XX– no parece evidente, y a poco de avanzar, tampoco resulta adecuado seguir sosteniéndola” (Frydenberg, 1995, p. 45).
La ciudad se fue formando mediante la acción de una multiplicidad de actores que le imprimieron su sello. Entre ellos se puede destacar la presencia de los propietarios de terrenos a través del proceso de loteo y venta a plazos de tierras, el cual derivará en nuevos vecindarios. Otro de los elementos transformadores de la ciudad, sin lugar a dudas, fue la llegada masiva de inmigrantes “con cuyo aporte básico la ciudad duplicó sus habitantes entre 1900 (800.000) y 1915 (más de 1.500.000)” (Frydenberg, 1995, p. 46).
Es clave la acción de los jóvenes de los sectores populares, cuyas edades oscilaban entre los 12 y 20 años, nacidos mayoritariamente en el país, de padres criollos o inmigrantes, donde “la relación entre la formación del espacio urbano y el proceso de popularización de la práctica del fútbol se establece en la manera en que los jóvenes usaron la ciudad, la forma en que incidieron en su producción” (Ibídem, p. 46).
El asunto del espacio y el modo en que se establecieron las canchas no son una cuestión menor, ya que permite realizar diversos análisis. Los jóvenes sintieron la necesidad de tener un terreno, un espacio propio, para ser utilizado como field (Ibídem, p. 47). Así, el proceso de popularización del fútbol se inició en Buenos Aires contemplando tres aristas estrechamente ligadas entre sí: la iniciación en la práctica del juego, la fundación de un club y la búsqueda de una cancha propia: “la tarea de conseguir un terreno que hiciese las veces de cancha de fútbol fue uno de los emprendimientos más problemáticos que tuvieron que sortear estos jóvenes. Con el tiempo, poseer o no terreno, actuó como filtro que determinaría la supervivencia o no del equipo-club” (Ibídem, p. 47).
El inicio del siglo XX marcó la creación de un espacio competitivo en el contexto de la formación misma de la ciudad y los propios sectores populares y su cultura. La movilización y el esfuerzo por conseguir un espacio físico se inscribe en un proceso dual: por un lado, la configuración de una nueva ciudad –y en la cual podría suponerse la presencia de mucho espacio disponible–; por el otro, la popularización del fútbol, cuya consecuencia fue que dicho espacio urbano resultara inadecuado y escaso.
En líneas generales pude sostenerse que los clubes nacidos de los sectores populares que sobrevivieron a esta etapa fundacional fueron aquellos pertenecientes a vecindarios más alejados, lugares en los que coincidía cancha y residencia, ya que “los clubes que sobrevivieron y crecieron fueron los que pudieron ganarle esta batalla a una ciudad poco dispuesta a recibirlos” (Ibídem, pp. 51-52).

2.5. Caso River. Hacia un abordaje simbólico, territorial y deportivo

Hasta aquí hemos planteado los aspectos más relevantes en torno a la introducción del fútbol en nuestro país, el fenómeno de popularización y su rol como dispositivo constructor de identidad. Prácticamente se trató de una parada “obligada”, ya que desconocer el contexto y condiciones que posibilitaron la aparición de numerosos clubes en la ciudad de Buenos Aires impediría continuar nuestro recorrido.
Para adentrarnos a los hechos y experiencias que dieron lugar al surgimiento del Club Atlético River Plate ha sido fundamental la lectura y análisis de la historia institucional, la cuestión territorial, la producción simbólica y algunos datos vinculados a lo deportivo. En algunos pasajes observaremos que la intersección e imbricación con el Club Atlético Boca Juniors es la confirmación de un escenario social construido en función de un Otro, donde las disputas formarán parte lo realidades objetivas y subjetivas (Berger y Luckmann, 2013).
Cabe señalar que la experiencia de competencia tenía una carga emotiva especial. La práctica del fútbol estuvo integrada, desde su inicio, por una serie de vivencias que lo transformaron en un escenario en el que se ponían en juego muchos de los valores básicos amasados por una buena porción de los grupos sociales. En este sentido, el fútbol fue una experiencia dotada de una potencia nada común. Esa fuerza se expresó en la generación de lazos identitarios que tuvieron un correlato inmediato con el proceso de formación de la ciudad. De esta manera, la ciudad, en la práctica y representaciones de jóvenes, va adquiriendo la fisonomía de un universo espacial único a pesar de sus contrastes:
El fútbol ayudó a armar la identidad vecinal y la porteña. A través de la participación en el drama social del fútbol, una experiencia de la competencia, de la vivencia de las relaciones solidarias y horizontales, se fue diseñando la ciudad y las representaciones que de ella se constituyeron. (Frydenberg, 1995, p. 46-47)
La Boca fue el epicentro donde se originó una historia nutrida de particularidades. Se trató de una zona de gran desarrollo económico entre 1860 y 1900. El periodista Ezequiel Fernández Moores retoma un censo municipal de 1886 –citado por Dora Barrancos en el libro Mujeres en la sociedad argentina– que brinda un descriptivo y preciso panorama. Señala que en La Boca se encuentra el 90% de las 69 casas de cambio de la ciudad de Buenos Aires. También 10 fábricas de cigarrillos, 4 de pastas, 2 de galletas, 31 de zapatos, 2 laboratorios de relojería, 5 farmacias, 33 peluquerías, 19 panaderías, 2 librerías, un teatro, 18 escuelas (12 públicas y 6 privadas) 1 diario, los primeros clubes de remo, tranvías, estación ferroviaria que la une al puerto de Ensenada. Casi 25.000 habitantes (60% de clase trabajadora) en 220 cuadras. Italianos de Liguria en su gran mayoría, pero también españoles, franceses, suizos, ingleses y de países limítrofes. El metro cuadrado cotiza a 5,58 pesos, más que en Pilar, Flores y Belgrano. Solamente es superado por Balvanera.
La historia de River Plate comenzó a tejerse a partir de 1901, cuando en la casa de Mr. Jacobs, subgerente de las carboneras Wilson, se reunían familiares y amigos ingleses a pasar el tiempo los domingos y frecuentemente practicaban fútbol. Así, surgió la iniciativa de constituir un club, el cual se denominó Santa Rosa.
El 25 de mayo de 19013 los miembros del club se reunieron en Almirante Brown 927 –donde funcionaba una imprenta llamada Francisco Gentile– con los jugadores de otro equipo amateur: La Rosales. El objetivo era fundar un verdadero y único club de fútbol entre ambos. Antes de firmar el acta de fundación, hubo un aspecto clave de discusión: no había consenso para elegir el nombre. Algunos preferían Santa Rosa, otros La Rosales; más aún, se propusieron nombres como Foward y Juventud Boquense, ya que el club se establecería en el barrio porteño de La Boca. Finalmente, el jugador Pedro Martínez propuso el nombre River Plate, el cual simpatizó entre los miembros. Mientras se construía el dique 3 del Puerto de Buenos Aires, un grupo de marineros acopiaban y trasladaban unos gigantescos cajones para practicar con una pelota en momentos de ocio, a Martínez le llamó la atención la inscripción que figuraba en esos cajones: “The River Plate”. Probablemente la intención del texto era indicar “Río de La Plata”.
La mayoría de sus fundadores fueron descendientes de italianos, contando en forma minoritaria con criollos e hijos o nietos de británicos, con la salvedad del presidente Leopoldo Bard (austríaco) y Pedro Martínez (de ascendencia española). Geográficamente, la génesis del club se circunscribe al área portuaria, aunque la trayectoria de River provocaría un paulatino traslado hacia el norte de la ciudad durante las décadas siguientes.

3La primera Comisión directiva estuvo integrada por Leopoldo Bard (Presidente), Alberto Flores (Vicepresidente), Bernardo Messina (Secretario), Enrique Balza (Prosecretario), Enrique Salvarezza (Tesorero), Juan Bonino (Protesorero), José Pita, Enrique Zanni, Pedro Martínez, Eduardo Rolón, Carlos Antelo y Livio Ratto (Vocales). Fuente: sitio oficial Club Atlético River Plate. En línea: <www.cariverplate.com.ar/historia>. Consultado el 6 de enero de 2016.

Desde los comienzos, el fútbol fue el sello del club y su disciplina por excelencia. Aunque posteriormente el crecimiento de la institución promovió el desarrollo de otras actividades4, permaneció como el pilar sobre el cual se sustenta la entidad y le ha otorgado su reconocimiento a nivel nacional e internacional.

4Actualmente posee 65 disciplinas (federadas, no federadas y recreativas), el Instituto River Plate (que dispone de niveles inicial, primario y medio), el Instituto Universitario River Plate (IURP) –el cual fue inaugurado el 12 de diciembre de 2007 por aprobación del Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología de la Nación y, posteriormente, por la Comisión Nacional de Evaluación y Acreditación Universitaria (CONEAU), efectuándose el lanzamiento de carreras de grado y posgrado– y la Fundación River Plate. Fuente: sitio oficial Club Atlético River Plate. En línea: <www.cariverplate.com.ar/polideportivo>. Consultado el 6 de enero de 2016.

En estas primeras aproximaciones podemos “hacer hablar” a la historia. En primer lugar, los nombres elegidos al fundar los clubes de fútbol pueden ayudar a formar un concepto más claro de las ideas y sentimientos que movilizaban a esos jóvenes. La adopción del “Club Atlético” –utilizada por la mayoría de los clubes durante la primera década del siglo XX– responde a dos hipótesis: por un lado, como castellanización del “Athletic Club” inglés, expresando así la influencia del modelo con el que llega aquí adherida la práctica del fútbol. Sobre todo, y tal vez yuxtapuesto a la anterior explicación, se puede suponer su uso como la influencia del discurso oficial (escolar) promotor del atletismo, del higienismo y de la actividad física. El club atlético condensa la presencia de una corriente discursiva explícita en el modelo del fair play, sumada a la del currículo escolar. Sin embargo, los clubes atléticos –en su abrumadora mayoría– no eran más que equipos de fútbol en la primera década del siglo XX. Es decir, en el acto fundacional los jóvenes denominaron a sus clubes de fútbol al estilo del sportman, en un movimiento que se halla más bien vinculado a una solución de compromiso que a embanderamiento (Frydenberg, 1996).
En segundo lugar, la fecha de fundación no es un dato menor: coincide con la llamada Revolución de Mayo de 18105, cuyo valor y peso simbólico es significativo en la historia de nuestra patria. Esta mención opera (consciente o inconscientemente) y se ha internalizado como realidad objetiva a partir de una gradual construcción discursiva que ubica a River como representante de la argentinidad frente a Boca, que condesará peyorativamente estigmatizaciones vinculadas a la xenofobia, el racismo y la ilegalidad (no se trata de un inmigrante blanco y europeo, sino de un “negro bolita del Riachuelo”. Este aspecto será abordado y retomado en páginas posteriores).

5En un primer orden, aparecen otros tres clubes que nacieron un 25 de mayo: Platense en 1905, Defensores de Belgrano en 1906 y Huracán en 1907. Actualmente posee 65 disciplinas (federadas, no federadas y recreativas), el Instituto River Plate (que dispone de niveles inicial, primario y medio), el Instituto Universitario River Plate (IURP) –el cual fue inaugurado el 12 de diciembre de 2007 por aprobación del Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología de la Nación y, posteriormente, por la Comisión Nacional de Evaluación y Acreditación Universitaria (CONEAU), efectuándose el lanzamiento de carreras de grado y posgrado– y la Fundación River Plate. Fuente: sitio oficial Club Atlético River Plate. En línea: <www.cariverplate.com.ar/polideportivo>. Consultado el 6 de enero de 2016.

En segundo lugar, el grupo étnico que prevalece en la fundación coincide con los colores de la camiseta e identificación del club, pero también con los orígenes de su máximo adversario, Boca Juniors. El blanco y rojo referencian los colores de Génova, la sexta comuna más populosa de Italia, El diseño de su bandera posee una disposición similar a la inglesa. Aquí encontramos el primer núcleo común, ya que tanto los jóvenes fundadores de River como los de Boca provenían y pertenecían al mismo colectivo étnico. Mientras que los primeros moldearon (y lo continuarán haciendo a lo largo de décadas) una identidad cada vez más alejada de dicho origen, Boca ha incorporado el legado de xeneizes (genoveses), materializándolo discursivamente como un bien cultural positivo en toda oportunidad (por ejemplo, colocando esa inscripción en la parte inferior del dorso de su camiseta).
Por otra parte, también es factible descubrir algunos rasgos político-ideológicos en los albores de los clubes de la época. Si bien el testimonio de Alejandro Fabbri resulta ciertamente genérico, nos sirve para hallar que el primer presidente de River, Leopoldo Bard, era un avezado dirigente radical:
Racing fue fundando por lo más granado de la sociedad de Avellaneda, vinculada al Partido Conservador. Hay otros equipos que se fundaron con mayoría de miembros socialistas o anarquistas: el rojo de Argentinos Juniors es por sus integrantes socialistas, lo mismo que el de Chacarita y el de Independiente, que lejos está de heredarlo del Nottingham Forrest (club inglés). Leopoldo Bard, el primer presidente de River, era un ferviente dirigente radical. En el caso de los rosarinos, Newell’s Old Boys era un equipo elitista, fundado en el Colegio Anglo-argentino de Rosario, mientras que Central era ferroviario. Con el paso de los años y el desarrollo del fútbol, los clubes cambiaron su composición social. De hecho, Boca era un club de italianos muy popular y hoy sigue siéndolo, pero con hinchas de la clase acomodada, antes más cercanos a River.

2.6. Tiempo de mudanzas y rivalidades

“La única patria posible es el encuentro permanente con el otro”, dice el filósofo Darío Sztajnszrajber. La historia socio-cultural de River, la construcción de narrativas, relatos, mitos, entre otros, ha sido resultado de un encuentro inicial –y sostenido a lo largo del tiempo– con Boca, en una suerte de binomio en el cual uno no puede pensarse en la ausencia del otro. Como hemos visto hasta aquí, los inmigrantes provenientes de Génova fueron el eslabón embrionario que dio lugar a los dos clubes más populares y preponderantes de nuestro país. En ese recorrido incidieron diversos factores, algunos de envergadura (como la popularización del fútbol y su posicionamiento como el deporte más representativo de la Argentina) y otros más bien ligados a subjetividades y experiencias colectivas (la decisión de conformar un club con determinadas características).
En el proceso de génesis de la Buenos Aires moderna, su paisaje cambia enormemente en pocas décadas. Se pasa de la ciudad de los vecindarios a la de los barrios. Ese movimiento entre las décadas del 10 y 20 resulta clave en la construcción de la ciudad y su escenario actual, así como los sentidos adheridos a ella desde los ‘30 en adelante: “Los años 20 y 30 son los momentos del nacimiento del imaginario barrial y el de los propios barrios” (Frydenberg, 2014).
A partir de la acción del mercado (loteo de tierras y su venta a plazos), la ampliación de la red tranviaria y la acción del Estado, se produjo la urbanización del territorio. Hacia principios del siglo XX, el movimiento produjo un centro superpoblado, barrios tradicionales como La Boca y una multitud de “vecindarios” más o menos conectados con ese centro a través del tren y los tranvías. Hacia la primera década los vecindarios aparecían como suburbios de frontera de un centro que se iba expandiendo hacia las afueras.
La llamada modernización plena significó la transformación de esos vecindarios y las zonas intersticiales que los separaban, en áreas plenamente urbanizadas. Este proceso desembocó –hacia la década del 20– en la aparición de los barrios. El movimiento urbano y social que abarcó el nacimiento de los mismos implicó la aparición de un nuevo espacio público local, estructurado en la acción conjunta de nuevas asociaciones, (sociedades de fomento, bibliotecas populares, clubes); actores sociales, (las barriadas socialmente homogéneas); escenarios (la calle, la esquina, el café de barrio) y sus sociabilidades, como también sectores populares o mejor dicho nueva cultura de esos sectores populares (Frydenberg, 2014).
A través de la práctica del fútbol (entre otros fenómenos) comienza a percibirse y a ponerse en juego la pertenencia a la ciudad, el sentirse unidos a un espacio común, finito y compartido. El contenido de ese compartir estuvo dado por la competencia, la rivalidad, el cotejo del éxito logrado o inventado. Si se observa el fenómeno, probablemente pocos habitantes debieron haber conocido tan bien la ciudad, por aquel entonces, como estos jóvenes, quienes estaban utilizando al espacio urbano en todo su ancho y largo:
Tal vez pueda asimilarse este proceso a una metáfora que relaciones el club-equipo (defendiendo el pequeño universo grupal-local) en su participación en una liga (que agrupó a competidores), con el vínculo existente entre el pequeño mundo local, vecinal, de cuadra, de esquina, con la totalidad conformada por la ciudad. (Frydenberg, 1995, p. 53)
En este sentido, podemos afirmar que la liga fue el encuadre totalizador a la manera en que la ciudad lo era como espacio urbano global, que dio cobijo a todos los equipos rivales que se sentían representantes de los vecindarios. En la gran mayoría de los casos aparece la relación de cotejo entre el todo y la parte, en un vínculo en el que se percibe al resto como adversario-enemigo, pero siempre necesario:
La rivalidad estuvo vinculada a la defensa de algo propio, asimilable en muchos casos –no en todos– al espacio, al vecindario o a la cuadra. Y si la cancha se ubicaba en el mismo espacio físico la potencia movilizadora era formidable. El uso de la ciudad se manifestó a través de la rivalidad, que a su vez fue el espejo sobre el cual se construyó la propia identidad. (Ibídem, p. 54)
Así, el espacio urbano se constituye como un elemento sustancial al momento de analizar el caso River, el cual realizó un periplo por varios estadios antes de establecerse definitivamente en Núñez en 1938. Una cuestión que aparece inmediatamente vinculada a los sitios donde los clubes se trasladaron se refiere a si estos lo hicieron a vecindarios alejados del de origen; si esto es así ¿cuán lejos de las primeras?; en el curso de los traslados ¿volvieron a su lugar de origen o sus cercanías? Casualmente, o mejor dicho, causalmente, uno de los dos casos en los que el vínculo barrial se generó luego de que los traslados culminaron –es decir, en zonas distintas a los que nacieron– fue River (el otro fue Independiente de Avellaneda). Pero parecen ser casos excepcionales, ya que la mayoría de los que se trasladaron no volvieron exactamente al mismo espacio en el que nacieron, aunque tuvieron un área como eje cercano a la originaria. En contrapartida, y a pesar de los traslados, Boca mantuvo el vínculo con la comunidad que dio origen al club:
Los datos atestiguan la existencia de un primer momento de contacto entre el club y el barrio, especialmente en los clubes nacidos en los primeros años del siglo, cuando la presión por el espacio no era tan aguda. La insistencia en el esfuerzo por conseguir el terreno propio y la persistencia en mudarse varias veces, muestra la fuerza de la conexión identitaria con el lugar que se decía defender. (Frydenberg, 1995, p. 56)
La primera cancha de River se levanta el 28 de mayo de 1901 (pocos días después de su fundación) en el lado este de la Dársena Sur del Puerto de Buenos Aires (en Villafañe y Caboto), próxima a las Carboneras Wilson. Allí inició su campaña amateur, disputando encuentros con clubes de barrios linderos y zonas cercanas. En 1906, River es desalojado de su predio por orden del Ministerio de Agricultura de la Nación, instalándose en Sarandí6, al otro lado del Riachuelo, en un predio propiedad de los almacenes navales Dresco. Sin embargo, Sarandí era un lugar poco amigable para los simpatizantes de River: su principal argumento residía en la incomodidad que representaba trasladarse hasta allí. Los dirigentes tomaron nota de ello. Pero ¿a dónde? En 1907 regresó a La Boca, pero esta vez al lado Oeste de la Dársena Sur.

6En su paso por Sarandí, River jugó en Segunda. Se había afiliado a la Asociación de Fútbol en 1905 y comenzó en Tercera. En 1906 ascendió a Segunda y al año siguiente perdió la final por el ascenso a Primera 1 a 0 ante Nacional, un equipo de empleados de la firma Gath y Chaves. La base de ese equipo llegó a Primera en 1908. Fuente: sitio oficial Club Atlético River Plate. En línea: <www.cariverplate.com.ar/historia>. Consultado el 7 de enero de 2016.

El partido fundacional y oficial entre River y Boca se disputó el 24 de agosto de 1913. Los dos equipos se formaron en La Boca y reconocían explícitamente su herencia genovesa: River adopta los colores de la bandera de la ciudad italiana en su uniforme. “Antiguos rivales”, titula el diario El Nacional, pese a que ese día se enfrentaban por primera vez. River triunfó por 2 a 1 en la antigua cancha de Racing Club: “Hay trompadas entre jugadores por una carga al arquero de Boca y “excesivo juego brusco”, se lamenta La Prensa. Es un aviso”. Ese mismo año, River sufrió un nuevo desalojo y alquiló provisoriamente el césped del Club Ferro Carril Oeste en Caballito. En 1915, regresa por segunda vez a La Boca y se afinca en la manzana comprendida por las calles Pinzón, Caboto, Aristóbulo del Valle y Pedro de Mendoza.
Esta no será la última mudanza. En 1923 abandona definitivamente el lugar de sus orígenes (La Boca) y se establece en Recoleta. Allí se construye un estadio con capacidad para 40.000 personas en un terreno sobre la avenida Alvear (hoy Libertador) entre Tagle y Austria; con una tribuna oficial y otra popular. Para esa fecha, el club ya cuenta con 5.070 socios.
La fecha patria predilecta del club apareció una vez más, pero en 1935: los dirigentes colocan la piedra fundacional del estadio Monumental y el 27 de septiembre del año siguiente comenzó la construcción del mismo. Hacia fines de 1937 River consiguió su último laurel en el estadio de Alvear y Tagle7. El desenlace de las mudanzas tuvo oficialmente lugar el 26 de mayo de 1938, fecha de inauguración del Monumental, celebrada con un amistoso –nuevamente– ante Peñarol de Montevideo y una concurrencia de 70.000 espectadores8.

7Se consagró bicampeón tras golear a Argentinos Juniors por 6 a 0. El equipo superó la barrera de los cien tantos (106). Fuente: sitio oficial Club Atlético River Plate. En línea: <www.cariverplate.com.ar/historia>. Consultado el 7 de enero de 2016.  

8El estadio tuvo forma de “herradura” hasta 1958. A partir de la venta de Enrique Omar Sívori por 10.000.000 de pesos a la Juventus de Italia, la dirigencia utilizó los fondos para completar las obras de la tribuna Almirante Brown Baja. Con dicha construcción el estadio adoptó la fisonomía de un anillo y el sector se denominó tribuna Enrique Omar Sívori (alta, media y baja). Fuente: Ibídem.

Entre 1916 y 1922, período en el cual Boca regresa de su fugaz estadía en Wilde y River de Sarandí y Ferro, las canchas se hallan a unas tres cuadras de distancia. La vida política se cruzó mediante dos decretos del general Agustín P. Justo, elegido presidente argentino en 1932 en medio de denuncias de fraude y radicalismo proscripto (socio honorario de ambos clubes), ayudan a Boca y a River a completar la construcción de sus estadios definitivos. Boca en la Bombonera –proyecto impulsado en 1936 por el presidente Camilo Cichero– y River en Núñez edifica el majestuoso estadio Monumental, hoy Antonio Vespucio Liberti, apellido boquense. Antonio es el sobrino de Tomás Liberti, un masón y genovés fabricante de soda, célebre en el barrio debido a que en 1884 había liderado la creación de los Bomberos Voluntarios de La Boca. Una vez más, Boca se “filtraba” en River.

2.7. De millonarios y bosteros

Con el inicio de del profesionalismo en 1931, River contrató a Carlos Peucelle –procedente de Sportivo Buenos Aires– por 10.000 pesos y al año siguiente adquirió a Bernabé Ferreyra –del Club Atlético Tigre– por 35.000. El club revolucionó el mercado de pases de la época, ganándose el apodo de Millonarios, siendo el único club sudamericano en la historia en haber realizado la incorporación más costosa del mundo hasta ese momento. Así, el apodo adoptó una fuerza poderosa y fue acompañada por los medios gráficos de la época.
Diarios como Crítica y La Mañana comienzan a incluir en sus crónicas al novedoso epíteto para referirse a River, cuya difusión y circulación cumplieron un papel fundamental en la incorporación a la jerga y lenguaje entre el público futbolero. La compra estos dos jugadores (como dato objetivo) habilitó la construcción de discursos –en este caso el apodo– que con el transcurso de los años fueron instalándose, en otras palabras, como símbolo dotado de legitimidad en el imaginario social: un desplazamiento temporal en el cual década tras década una realidad subjetiva se convierte en objetiva (Berger y Luckmann, 1991). Se desarrolla un proceso de internalización que ocurrirá con otros motes u adjetivaciones: tal es el caso de gallinas. Este último vinculado a un hecho estrictamente deportivo9 y que tuvo su correlato en un partido disputado frente a Banfield10, en el cual un hincha del club del sur soltó en la cancha una gallina blanca con una franja roja pintada sobre el plumaje, detrás del arco de Hugo Gatti. Una vez más, los medios gráficos publicaron imágenes e hicieron eco de lo sucedido.

9En mayo de 1966, River Plate disputaba la final de la Copa Libertadores de América contra Peñarol de Montevideo. En la ida, disputada en Uruguay, el local se impuso por 2 a 0. Luego, en el Monumental, River venció 3 a 2. Así, la serie se desempató en un tercer y definitivo partido en el Estadio Nacional de Santiago de Chile. El equipo argentino comenzó ganando 2 a 0, pero los dos goles convertidos en el complemento por los uruguayos, sumados a otros dos en el tiempo extra, se tradujeron en un resultado final de 4 a 2 y River perdió la oportunidad de obtener la primera copa de su historia, como también convertirse en el primer club argentino en conseguirla. Fuente: El Gráfico.

10Partido correspondiente a la trigésimo tercera fecha del Campeonato Nacional, disputado en el estadio de Banfield. El encuentro finalizó 1 a 1. Fuente: Asociación del Fútbol Argentino (AFA).

Por otra parte, Boca –como ha ocurrido con todos los clubes del fútbol argentino– no resultó indemne a estas narrativas y símbolos que se construían y articulaban en lo deportivo, geográfico y territorial, cobrando aun mayor relevancia a partir del discurso periodístico. Fernández Moores explica la denominación bosteros:
El censo de 1925 revela que en la ciudad de Buenos Aires, 26.000 personas viven hacinadas en 605 habitaciones de 508 conventillos. En siete cuadras hay 66 tabernas. Cabarets con nombres italianos, rusos, eslavos. La Boca es foco de epidemias. Casa Amarilla es zona de desastre: ocupaciones, contaminación e inundaciones. “Y a todos los de Boca –cantan años después los de River y otras hinchadas– la mierda los tapó”.
En este sentido, se evidencia la participación activa del fenómeno futbolístico en la formación de las identidades barriales. Es necesario insistir en que los nuevos barrios porteños son básicamente construcciones simbólicas. La acabada construcción del contexto ritualizado del espectáculo futbolístico ayudó a cristalizar las identificaciones barriales, que estuvieron fuertemente ligadas con el fútbol (Frydenberg, 2014). Así, concebimos al espectáculo futbolístico enmarcado en un contexto ritual peculiar, moderno, profano11. Ese proceso, junto con modificaciones estructurales y mediáticas, como también adopciones y producciones propias, produjeron modificaciones en la cultura de esos sectores sociales.

11Para que el fenómeno del estrecho vínculo del fútbol con las identidades barriales sea visible es necesario incorporar categorías que permitan percibirlo. Para ayudar a explicarlo será necesario el empleo de conceptos como el de “ritual”. Respecto del concepto de ritual: no se puede entender a la sociedad moderna si se piensa que los rituales han sido excluidos de su seno. La modernidad incluye esos fenómenos. Hay invenciones urbanas modernas y que son rituales. Rasgos característicos de los rituales y que están presentes en el espectáculo futbolístico: ruptura con la vida cotidiana; marco espacial y temporal específico; escenificación programada que se repite periódicamente a lo largo de un tiempo cíclico; preeminencia de la comunidad sobre la individualidad; es ocasión de acciones comunes, en cuyo marco la sociedad toma conciencia de sí y se autoafirma, con sentimientos de “comunitas” (propuesto como necesario para el funcionamiento de toda sociedad). La diferencia más marcada entre ritual religioso y ritual futbolístico estaría en la ausencia de seres o fuerzas sobrenaturales. El ritual “hace” más de lo que “dice”. Por eso hay que leer lo que la gente hace en el ritual. Los elementos del ritual presentes en el fútbol: estadios; jerarquías propias del orden del fútbol (emplazadas espacialmente: dirigentes, etc, platea, popular); comportamientos colectivos: la hinchada con sus cantos, bailes, colores; mundo del fútbol como analogía de una religión universal: con sus elementos de “idolatrización”, normativización; un escenario programado, repetitivo, estereotipado; unanimidad temporaria que se construye contra un chivo expiatorio: por ejemplo, el árbitro. El concepto de ritual las ideas básicas fue extraído de Bromberger, C. (2001). “Las multitudes deportivas: analogía entre rituales deportivos y religiosos”. En EF Deportes, N°29. Buenos Aires.

Paulatinamente, estas adjetivaciones –“millonarios, “gallinas”, “bosteros”, entre las más conocidas– se han disuelto en el coloquial y siempre justificado folclore del fútbol. En las entrevistas realizadas se ha observado esta respuesta como una constante a la pregunta por la discriminación y xenofobia detectada en los cánticos durante los partidos. Esta problemática –que será retomada en páginas posteriores– se ha articulado en el hinchismo, un fenómeno que cobra una dimensión considerable a partir de la popularización del fútbol: “El hinchismo es una base con la que se estructuró el ritual, y con él, las identificaciones futbolísticas en los ‘20. Este formato de adhesión nació con la popularización del fútbol, y será elemento necesario de la cristalización de las identidades futbolísticas y barriales” (Frydenberg, 2014).
En medio del proceso de renovación urbana, hacia principios del siglo XX, el fútbol convive como puede en la ciudad. Es una práctica que liga el descampado, la frontera urbana, con las áreas superpobladas. Así, el fútbol como práctica y moda entre jóvenes de los sectores populares, y como espectáculo incipiente, preexiste a la aparición del barrio. Se difunde sobre los vecindarios con jóvenes que aprenden rápidamente lo que significaba la rivalidad, la enemistad y el hinchismo. En ese movimiento previo, la identidad local, pequeña, vecinal, estructura la mayoría de las iniciativas de los de esos fundadores de clubes. Decían defender el honor del lugar, ser sus verdaderos representantes.
Ese formato emocional, valorativo y actitudinal se repetirá más tarde, con la generación de las identificaciones territoriales barriales. Pero eso sucede en el contexto de otra ciudad que emerge vertiginosamente. En esos años veinte años –de 1910 a 1930– se operaron cambios sustanciales; presenciados y, en muchos casos, ejecutados por los habitantes de la ciudad. El fútbol (practicado o en el rol de hincha) brindó espacios de participación en el reconfigurado espacio público. Obviamente, no fue el único. Sin embargo, se trató de uno privilegiado desde el punto de vista de la generación de identidades territoriales y, por qué no (siguiendo a Archetti), nacionales también.
Por otro lado, si analizamos al fútbol con todos sus componentes, se observa una conexión entre el escenario extraordinario del ritual, la vida cotidiana y los espacios de la sociabilidad masculina. Tuvo lugar un movimiento simultáneo, único, en el que se potenciaron entre sí el espectáculo, el club, el barrio y la prensa, encargada de codificar, clasificar y hacerlo cada vez más visible.
Si nos acotamos a los sectores populares porteños, la abrumadora mayoría de los hinchas y su papel como tales apuntó a una necesidad y posibilidad en ese momento histórico de hacerse visibles, de formar parte, pertenecer y ascender socialmente (Archetti, 2001). Esto en el contexto general de un marco que la propia elite ideó y habilitó: un proceso de integración tendiente a la homogeneización social y cultural. En esas nuevas construcciones el fútbol operó como matriz sobre la cual se crearon nuevas solidaridades y oposiciones.
La rivalidad entre River y Boca cobra una perniciosa legitimidad. En ella se observan cuestiones que exceden lo meramente deportivo: se amalgama a partir de una red de símbolos, experiencias, rituales, territorialidades que hacen del “superclásico” un producto final atractivo, movilizador, vendible y discursivamente pregnante. Amílcar Romero lo enuncia en forma de interrogante: “¿Madero vs. Huergo”. El autor ofrece un contrapunto ineludible sobre este antagonismo alimentado por diversas voces, y donde en registros históricos fueron clásicos rivales, mejor dicho “antiguos rivales de los dominios del sur”, aun antes de enfrentarse en un campo de juego por primera vez:
Asuntos portuarios, Madero vs. Huergo; de religión, masones contra marranos; de política, mayoría de radicales por un lado y socialistas y anarquistas revoltosos, por el otro; territoriales, darseneros y, del otro lado de la línea divisoria de Almirante Brown, los xeneizes con sus típicos conventillos: muchos fueron los factores que trabajaron en la división distintiva de bandos, que en estos días reconocemos con la simple antinomia entre millonarios y xeneizes, gallinas y bosteros. […] Un antagonismo que rompe con todas las barreras de lo conocido aquí y en el resto del mundo, nacido en intrabarrios (el otro caso sería Atlanta-Chacarita), el escalafón más minúsculo de la lista que conforman el interregional (Real Madrid-Barcelona), el intraciudad (Nacional-Peñarol, Estudiantes-Gimnasia) y el interbarrios (San Lorenzo-Huracán o Vélez-Chicago).

CONCLUSIONES

Este primer abordaje nos ofrece un conjunto de consideraciones que allana un tanto más el camino. Los interrogantes en torno a los sentidos discriminatorios que se inscriben en prácticas y discursos actuales por parte de los hinchas de River poseen un antecedente, el cual ha sido el propósito de este apartado: intentar dar cuenta de los orígenes, es decir, las condiciones socio-culturales e históricas que han posibilitado la construcción y legitimización de ciertos sentidos que siempre se hallan articulados en función de Boca Juniors.
Rastrear las raíces de River nos condujo de manera unívoca a preguntarnos por su rival, aquel que ha conformado un binomio antagónico por excelencia y eficientemente convertido en espectáculo vendible. Consideramos que la prensa de la época (1910-1930) cumplió un rol clave en la circulación y difusión de estos sentidos que, desde un principio, formaron parte del “benévolo” folclore del fútbol. Con el transcurso de los años hemos observado que esta expresión ha naufragado en las peligrosas aguas del sentido común, encerrado en el universo de lo preexistente y por ello innecesario de cuestionar, objetivo que esta tesis plantea: problematizar lo cultural y discursivamente establecido.

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