10.15198/seeci.2016.39.162-183
INVESTIGACIÓN

EDUCAR ES AMAR Y AUTORREALIZARSE

EDUCATION IS LOVE AND SELF-REALIZATION

Gloria Gallego-Jiménez1
Magda Bosch-Rabell2

1Universidad Internacional de la Rioja. Spain
2Universidad Internacional de Cataluña. Spain

RESUMEN
La presente investigación aborda la temática reflexiva sobre la educación centrada en la persona. Se suele dar mucha importancia a la educación como un mero proceso de enseñanza-aprendizaje como señalan en lo últimos estudios recientes y sin darse cuenta se olvida lo fundamental: Educar es amar y autorrealizarse. Actualmente se observan estudios realizados sobre el proceso de metodologías que se llevan a cabo ya que ha supuesto un cambio de papeles entre profesores y alumnos. Sin embargo, la acción educativa se refiere a la persona y supone una ayuda para el desarrollo y perfeccionamiento de ésta. Los agentes educadores quieren siempre a través del diálogo o de otro tipo de comunicación el bien del educando, su plenitud de vida: la autorrealización. El rasgo más propio que evidencia la dignidad del hombre es la libertad, la capacidad de elección y de querer. Esto es posible por su conocimiento y amor, sensible e intelectivo.
Este artículo realiza una reflexión sobre el amor que debe estar en consonancia con la inteligencia y la voluntad para llevar a cabo una educación íntegra. La racionalidad capacita a la persona para que realice procesos de abstracción a través de la comunicación con su medio, consiguiendo una actitud flexible y eficaz que permita discernir de una manera crítica.

PALABRAS CLAVE: conocimiento, amor, libertad, afectividad, sentimientos, autorrealización, voluntad

ABSTRACT
This research addresses the reflective theme on education centered on the person. Usually it gives much importance to education as a mere teaching-learning process as outlined in the recent past studies and inadvertently forgets the fundamental: Education is love and self-realization. Currently they study on the process of methodologies that take place as it has been a reversal of roles between teachers and students are observed. However, the educational action concerns the individual and is an aid to the development and improvement of this. Educators agents always want through dialogue or other communication of the good of the student, his fullness of life: self-realization. The most characteristic feature which shows the dignity of man is freedom, choice and will. This is made possible by knowledge and love, sensitive and intellective.
This article deals with a reflection on love which must be consistent with the intelligence and the will to carry out an integral education. The rationale enables a person to perform processes of abstraction through communication with their environment, achieving flexible and efficient approach that allows discern critically.

KEY WORDS: knowledge, love, freedom, affectivity, feelings, self, realization, will

Recibido: 29/12/2015
Aceptado: 22/02/2016

Correspondencia: Gloria Gallego Jiménez. .Universidad Internacional de la Rioja (España)
gloria.gallego@unir.net
Magda Bosch Rabell Universidad Internacional de Cataluña. España.
mbosch@uic.es

1. INTRODUCCIÓN

Actualmente, en estudios recientes de educación (Robert J, Swartz et al. 2013; Revista de Educatio siglo XXI 2015, p. 35-36) se realiza especial énfasis en la metodología a la hora de enseñar. Este artículo de reflexión pretende destacar el aspecto central de la educación que es amar y autorrealizarse. Es una de las características que distingue al hombre de los demás seres del universo, de ahí que el hecho de la educación empiece desde el mismo nacimiento del ser humano, antes de que se hagan evidentes los actos propiamente inteligentes y libres.
La antropología considera al hombre en su doble aspecto de ser orgánico animal y de ser creador de cultura, entendida ésta como conocimiento aprendido no heredado genéticamente. La cultura será el perfeccionamiento de las facultades físicas, intelectuales y morales del hombre. De esta afirmación se deduce que a diferencia de los animales, está en una posición privilegiada, construye algo vivo, su propio yo y su propio destino. Es a la vez el material y el artista. Su perfeccionamiento exige el concepto de interrelación personal puesto que el hombre es un ser social por naturaleza, se sitúa dentro de una cultura y necesita de los otros para realizarse.
Un rasgo diferencial entre el hombre y los demás seres vivos es su capacidad de ser educado, lo que implica el perfeccionamiento progresivo de sus cualidades y circunstancias individuales.
La acción educativa se refiere a la persona y supone una ayuda para el desarrollo y perfeccionamiento de ésta. Los agentes educadores quieren siempre a través del diálogo o de otro tipo de comunicación el bien del educando, su plenitud de vida: la autorrealización. Un modelo ideal de educando se podría definir, de forma esquematizada, con los siguientes rasgos (Maslow, A., 1989, p. 148-149): está satisfecho, se acepta a sí mismo, tiene una percepción clara y eficiente de la realidad, se muestra abierto a las experiencias, es espontáneo y expresivo. Se comporta con naturalidad y sencillez. Tiene una gran capacidad para resolver todo tipo de problemas. Es autónomo e independiente. Tiene capacidad permanente de disfrutar de la vida. Sus relaciones interpersonales son buenas. Tiene una gran riqueza de reacción emocional. Tiene buen humor. Es creativo y original. Tiene una gran capacidad de amar. Acepta los cambios en la escala de valores sociales. Se identifica con los problemas de los demás.
Una persona que responda totalmente a esta definición no existe, la autorrealización es un proceso que no se acaba, sino que es continuo a lo largo de toda la vida de una persona.
La característica de la educación es que se refiere a la persona, y ésta no se desarrolla sólo por leyes puramente físicas sino también por leyes psíquicas como la conciencia y la libertad. Por ello son fundamentales tres actitudes: un aumento de aquellos valores que el sujeto posee y que lo perfeccionan; una toma de conciencia por parte del sujeto de la progresiva conquista de estos objetivos; y una cooperación activa a ésta, una actuación, que implica realizar actos libres y concretos. Por este motivo, es recomendable educar mediante la elección. El alumno cuando escoge o mejor dicho el profesor cuando le deja elegir un tipo de metodología de aprendizaje u otro, está consiguiendo una educación basada en la libertad.

2. OBJETIVOS

Los objetivos concretos de este artículo de reflexión son determinar que en todo acto humano se pueden distinguir dos vertientes (el conocimiento y el amor) y dos niveles (el sensible y el intelectivo) para llegar a una buena educación que se basa en el amor y en la autorrealización de la persona.

a) El conocimiento puede ser sensible e intelectivo, el primero está arraigado en algún órgano corporal y las condiciones de la materia se reducen a la temporalidad, la cantidad y el movimiento. El paso del conocimiento sensitivo al intelectual depende de la sensibilidad, tiene que tomar de ésta sus primeros datos ya que el objeto propio del entendimiento son las esencias abstraídas de lo sensible. El entendimiento conoce a partir de esas esencias y a través de ellas.
b) El amor puede ser, también, sensible e intelectivo. El amor sensible está ligado al conocimiento sensitivo y versa sobre los bienes o valores puramente materiales. El amor intelectual está ligado al conocimiento intelectivo y dado que éste se extiende tanto a lo sensible como a lo suprasensible también el amor intelectual se dirige tanto a los bienes sensibles como a los espirituales.
c) Estas dos vertientes y niveles (conocimiento y amor sensible e intelectivo) son análogas, acceden a la realidad, tienen una recíproca influencia y están estrechamente unidas entre sí y tal unión se realiza en la autorrealización y en el amor. Si se consiguen estos dos objetivos se puede afirmar que también la enseñanza-aprendizaje se interioriza y el alumno adquiere una mayor capacidad de elección y de profundización.
d) Hay que mencionar que fruto de estos dos objetivos surge la dimensión afectiva que está enraizada en la persona y estrechamente vinculada a las emociones. Papel fundamental hoy en día en la educación (Arias, C., 2015)

3. DISCUSIÓN

Determinar estos dos objetivos mencionados requiere puntualizar algunos aspectos importantes.

1. Libertad como clave educativa

La persona es libre porque tiene capacidad de autodeterminarse ante la multiplicidad de alternativas que se le ofrecen, porque es capaz de elegir el bien que perfecciona. El rasgo más propio que evidencia la dignidad del hombre es la libertad, la capacidad de elección, de querer. Esto es posible por su conocimiento y amor, sensible e intelectivo.
Las implicaciones o consecuencias de la libertad son:
a) Libertad no es independencia. La libertad identificada con la máxima independencia no constituye tan sólo un error en el concepto mismo de libertad, sino especialmente en el concepto de hombre. El hombre es un ser constitutivamente dependiente. Le ha sido dado el poder escoger entre un infinito abanico de dependencias, pero le resulta imposible prescindir de todas. Decimos que la libertad de querer es omnímoda, y en este contexto lo sigue siendo: “el hombre puede querer lo que quiera, pero tiene que querer algo. Y en el mismo momento en que ejercita y actualiza la posibilidad de su querencia, en ese mismo momento, queda vinculada a aquello que quiere” (Llano, A., 1983, p. 30-31). Esta cita diferencia la libertad de la independencia; por el contrario, se instala en su antípoda porque la libertad ejercida no es ya independencia, sino vinculación. El estado de la persona que ejercita la libertad –supone decidir una elección entre sus múltiples posibilidades- no es de desarraigo, sino de compromiso. Querer o no querer; comprometerse o no comprometerse: esta es la cuestión.
En muchos momentos del aprendizaje el alumno debe elegir no simplemente en la metodología sino en el modo de llevarlo a cabo y ejercer dicha aplicación (Revista de Educación, 2013)
b) El acto propio de la libertad es el amor. No hay amor sin libertad. La libertad en el querer consiste, sobre todo, en estar abierto a querer más. El querer más no se identifica con algún tipo de elección, que sería querer más medios, pero no el incremento del querer. El perfeccionamiento del querer depende de que la persona no pueda quedar para siempre insatisfecha. Las decisiones libres no llegan a ningún punto si no están acompañadas del amor. Es fundamental que el profesor a la hora de ensañar demuestre esa atención y aprecio en su explicación y enseñanza para que el alumno perciba su aprendizaje con serenidad y de esa forma repose en su conocimiento.
La atención y el aprecio del profesor por el alumno se consiguen mediante la libertad que caracteriza la actuación humana y hace posible, en la práctica la autorrealización del hombre. En cada acto de libertad, en toda decisión libre, es la persona quien elige. De modo que la decisión libre implica existencialmente de un modo más profundo y global que el propio conocimiento. A su vez, esta libertad se ejecuta en la elección y en el acto de querer. “En ambos casos, se evidencia la intervención de las dos vertientes de la intencionalidad y, por tanto, su unidad. En consecuencia se pone también de manifiesto la unidad misma del sujeto porque en cada acto es él, en su globalidad unitaria, quien lo realiza, impulsa y ejerce” (Bosch, M., 1997, p. 219). En cada acto de libertad, se realiza uno mismo. Al decidir se pone en la decisión todo –pasado, presente y futuro- del ser, toda la envergadura personal y social.
El hecho de que la voluntad se incline por el bien es algo lógico y no le resta libertad, ya que la esencia de la libertad radica no tanto en la capacidad de elección como en el modo de querer. “Un modo de querer consiste en que la voluntad no se mueve más que por sí misma y es causa de su propio acto, al no ser movida necesariamente ni por la inteligencia ni por ningún otro factor interno o externo” (Bosch, M., 1997, p. 219)
Las acciones voluntarias simples proceden de un único motivo y llevan a una acción impulsiva a la hora de elegir. Hay que tener en cuenta las consecuencias de su acción en su finalidad, en su valor respecto a la meta que se persigue, ya que va encaminada a lograr una configuración y una forma de vida con responsabilidad.
La decisión tiene como objeto escoger pero realizando una valoración previa, es decir, reflexionando sobre las ventajas y las desventajas antes de tomar una decisión. Pero no es suficiente el conocimiento solo, porque debe haber la inclinación del apetito. El apetito no podría elegir sin el previo conocimiento, y sin la volición no se realizaría jamás el acto electivo aunque el conocimiento del objeto fuese muy cierto.
Existe una verdadera acción electiva cuando la persona se identifica, en tanto que es portadora de distintas conductas, con la meta y la fija mediante el propósito. Hay dos opciones ante la toma de decisiones (Lersch, P., 1968, p. 240-289):
Por un lado, respecto a las distintas posibilidades de conducta, la decisión depende de que un motivo determinado, merced a la reflexión sobre las consecuencias de las conductas posibles, refuerce su finalidad e importancia. En este caso la voluntad ayuda al motivo más fuerte y tiene solamente una función ejecutiva y organizadora, no es libre respecto a la decisión puesto que ésta le viene dada por las propias circunstancias.
Y la segunda opción la voluntad decide como juez superior entre los motivos en competencia y otorga preferencia a uno sobre los demás. Aparece el concepto de responsabilidad que sólo tiene sentido si se acepta una opción concreta frente a otras alternativas.
Se ha analizado con estas dos opciones que no son suficientes el conocimiento de un objeto para elegirlo, ya que debe haber la inclinación del apetito que realiza la elección y la decisión, que ejecuta el acto libre.
“Libertad no es tanto elegir entre cómo elegir algo y para. El acto eminentemente positivo de elección que es el acto esencial que es querer algo, pudiendo querer otras cosas, pero no porque puedan quererse esas otras cosas, sino porque el algo querido es bueno y merece ser querido” (Bosch, M., 1997, p. 219). Es decir, la libertad consiste más en querer que en elegir. La voluntad elige lo bueno porque lo quiere, y lo quiere por ser apetecible. Y a su vez, lo bueno la perfecciona, ya que cuando la voluntad se decide por lo bueno se hace mejor a sí misma.
Es cierto que una buena educación requiere un proceso filosófico para que realmente el profesor incida y eduque a la persona.

2. El amor como acto propio de la libertad

La libertad es amor humano que puede tener lugar de distintas maneras en distintas personas (eros, amistad, caridad). La unión de la intencionalidad apetitiva y cognoscitiva alcanza su cumplimento más hondo en el acto de amar. El amor implica a la persona entera, lo amado ocupa, llena al amante y le integra la dimensión de absoluto que impregna a la persona entera. Tiende a la belleza (se ama lo bueno y lo bello). La diferencia entre lo bueno y lo bello es que lo bello se goza y lo bueno se quiere. No sólo se puede contemplar la belleza sensiblemente sino también moralmente (Bosch, M., 1997, p. 220). Es decir, el fin del hombre viene dado por la contemplación eficazmente amorosa de la verdad. De manera que, el acto de conocimiento en que esencialmente consiste ese fin, tiene las características que le confiere la contemplación gozosa, la cual incluye un amor efectivo. Así pues una aplicación correcta en la enseñanza-aprendizaje llevará consigo una adecuación de la mejor metodología para cada alumno.

2.1. La participación del entendimiento en el amor

Como ya se ha podido apreciar una verdadera educación comporta educar con aprecio y atención. Tiene, por tanto, la mente, la capacidad para pensar, interpretar y analizar hechos y situaciones de manera crítica, mediante la observación objetiva de la realidad, sabiendo sintetizar y abstraer para construir opiniones personales, subjetivas y flexibles. También desarrolla comprensión y respeto hacia las opiniones y puntos de vista de otras personas, facilitando, de este modo, la formulación de juicios y toma de decisiones de una manera justa y con sentido común, teniendo en cuenta el desarrollo de la inteligencia natural y su intencionalidad.
El amor está abierto a la verdad que implica el conocer y a la voluntad que tiende al bien que conlleva el querer. El amor intelectivo hace referencia al nivel superior de las facultades humanas, permite conocer y abstraer todo aquello que se aprende, es decir, es el ámbito donde se realizan los procesos de pensamiento y, juntamente con la voluntad, se ejecutan.
Lo natural en el hombre es el desarrollo de sus capacidades. Este desarrollo se dirige a un fin: conseguir lo que es objeto de esas facultades. Lo natural y propio del hombre es alcanzar su fin. Y el fin del hombre es perfeccionar al máximo sus capacidades psíquicas que mediante el conocimiento y el amor sensible e intelectivo llegan a una adecuada elección de la verdad (por la razón) y el bien (por la voluntad).
El amor intelectivo busca el conocimiento de la realidad y cuando lo logra, alcanza la verdad. Ésta puede ser teórica y práctica. La verdad teórica radica en que la ciencia va adecuándose a la realidad a base de profundizar más y de esta forma la hipótesis se va corrigiendo. El hombre no nace sabiendo, la conquista de la verdad lleva tiempo, esfuerzo y puede llegar a no conocerse nunca si uno no quiere.
Las verdades teóricas se convierten en fines o criterios de la acción cuando uno las elige como objetivos. Y la dimensión práctica de la verdad será ejecutarla, es decir, esa coherencia de la verdad teórica por la que la mente y la realidad se adecuan.
El encuentro con la verdad es una experiencia que marca a cualquier persona. Esos encuentros se pueden reflejar en siete puntos:

a) El encuentro con la verdad puede ser más o menos intenso, y puede tener distinto matiz. En todos los casos se trata de una cierta iluminación que hace descubrir algo importante que no se sabía, es decir el hecho de “entender”.
b) La realidad encontrada como verdad conmueve a la persona y la lleva a dirigirse a esa realidad.
c) La consecuencia inmediata es aceptar dicha realidad y ponerla de manifiesto.
d) La verdad constituye una experiencia profunda y radical, se convierte en algo permanente, porque transforma y pasa a formar parte de uno mismo.
e) El encuentro tiene otra virtualidad: la inspiración que es un impulso para ejercer mi libertad tratando de reproducir y expresar la realidad con la que uno se ha encontrado, y encarnarla en su vida.
f) La persona, cuando encuentra la verdad, manifiesta un trozo del sentido real y se pone en marcha la capacidad creadora porque aparece la belleza.
g) Entre la verdad teórica y la práctica existe una relación es decir, entre lo que se piensa y lo que se vive, entre las verdades que uno tiene por ciertas y el modo en que éstas influyen en la conducta.

En este último apartado cabe matizar que, en algunas ocasiones, esta relación ya no aparece como evidente. “El encuentro con la verdad es débil, porque no llega a inspirar la conducta. La autenticidad o coherencia es la armonía, que no siempre se da, entre la verdad teórica que uno tiene por cierta y la verdad práctica que se refleja en la propia conducta” (Yepes, R., 1990, p. 147) Se observan, por tanto, dos objeciones patentes ante la existencia de la verdad: lo que es verdad para unos no lo es para otros; y que toda verdad es una opinión.

1. Amor y voluntad.

El amor es voluntad que se dirige hacia el bien. La naturaleza humana consiste en alcanzar el bien y la verdad, que son objeto de las capacidades específicas del hombre: la inteligencia y la voluntad. La inteligencia debe disponer todo para que la voluntad elija el bien; es decir, el conocimiento intelectivo y sensible es el principio, causa y orden de todas las cosas del universo. Conduce a la persona al verdadero bien que se ejecuta mediante el amor sensitivo e intelectual que dirige a la voluntad.
Las principales características que debe reunir el bien del hombre (Rojas, E., 2005, p. 44-47):

– Debe ser individual: lo que quiere decir que recae sobre una persona y, por tanto, su poseedor no podrá perderla, al menos en principio, por algo que ocurra fuera de él.
– El bien propio del hombre no es material. Esta afirmación quiere decir que la felicidad no reside en el placer, la riqueza, la fama, el honor, los títulos o distinciones, etc.; todo esto contribuye a alcanzarla pero, en modo alguno, significa que el que posea todo eso necesariamente se sienta feliz.
– El bien tiende siempre a lo más perfecto. Aristóteles sitúa este bien propio del hombre en el mejor acto de su mejor potencia (la inteligencia) aplicado sobre el mejor objeto.
– El bien propio del hombre exige que se transmita a otros y conduce a la autorrealización.

Platón en Fedón afirma: “Si era así, me decía para mí, la inteligencia ordenadora lo ha dispuesto todo para el mayor bien” (Platón, Diálogos Fedón) Esta frase manifiesta el paso esencial de la causa intelectual a la causa metafísica: el bien. Se analiza cómo la belleza se identifica con el bien. El bien se revela a los hombres por la belleza y la verdad. La belleza es una especie de resplandor luminoso por el cual el bien otorga impresión en cada uno y el amor lleva a la persona a la visión del bien. El bien también se revela como principio de conocimiento, es decir como ciencia y verdad. Existe una identificación de bien, belleza y verdad.
“El acto intencional supone la unión de la inteligencia con lo entendido, del sentido con lo sensible; de la voluntad con lo querido y del apetito con lo apetecido. Y esa unión no se realiza de un modo yuxtapuesto, no es sólo un encuentro de sujeto y objeto, un contacto externo, sino que es una identificación y tal identificación es, por así decir, el acabamiento del acto intencional. La intencionalidad se cumple o resulta acabada en esa unión” (Bosch, M., 1997, p. 217) Es decir que cuanto más se conoce la verdad, el bien, la belleza; “la persona actúa según su propio conocimiento y consigue que la voluntad quiera realizarlo porque la voluntad significa tener la intención de hacer algo, aunque cueste” (Rojas, E., 2005, p. 55) Querer sacar algo adelante, significa consentir y ser consciente de que es bueno y positivo para el propio progreso.
El conocimiento sensible e intelectivo junto con el amor tiene un papel rector, que coordina y da sentido al ámbito de lo afectivo y de lo biológico. Es más, se apoya en la normalidad de la vida sensitiva. Si la intencionalidad de estas dos vertientes se adecua al bien, la verdad y la belleza conllevará a que la afectividad, los sentimientos y los aspectos sensibles de la persona estén bajo dominio de la inteligencia y la voluntad.
El ser humano está dotado de conocimiento y amor, por esas facultades se integra en el medio en que vive, pero también posee afectos que cohesionan su conducta. Las tres facetas humanas -racional, volitiva y afectiva o emocional- son totalmente inseparables; cada pensamiento, cada decisión de la voluntad tiene una connotación sentimental. En toda actuación humana hay sentimientos, ya sean de aburrimiento, alegría, esperanza o desesperanza, admiración o ilusión. Todo el actuar humano está rodeado de un contexto emocional.
La afectividad es, por tanto, un aspecto unificador de la conducta humana. “Las emociones y los sentimientos se podrían conceptuar como estados subjetivos del ser humano que exteriorizan motivaciones y deseos, y muestran a los demás y a uno mismo actitudes interiores” (Choza, J., 1990, p. 143)

2. Amor y sentimientos.

Los sentimientos construyen a cada uno como personas cuando se corresponden con la realidad y la verdad; pero lo que permite conocer la realidad es la inteligencia. El bienestar psíquico tiene mucho que ver con el logro del necesario acoplamiento entre la lógica y los sentimientos, entre la emoción y la razón. Para conseguir ese equilibrio se utiliza principalmente la razón porque se tiene sobre ella un control más directo que sobre las emociones. La capacidad de razonar está en buena medida al alcance de cada uno, mientras que la emoción se impone, sin que se pueda evitar o controlar con facilidad. Emoción y razón son procesos que van bastante unidos ya que el equilibrio emoción-razón garantiza el bienestar de las personas.
El funcionamiento adecuado de la mente exige que las áreas intelectivas moderen las afectivas. El conocimiento capta la verdad de las cosas, la verdad muestra el camino al bien y ese camino lleva consigo la belleza. La influencia de la razón en los sentimientos, debe ser que el conocimiento y el amor sensible e intelectivo muestren a la afectividad lo bueno, para que al percibir la belleza, la sensibilidad se incline de modo espontáneo hacia el bien. La modificación de los sentimientos es compleja, se hace precisa la contemplación; esto es, la mirada sobre el bien que despierta percepción de la belleza. Es decir, la inteligencia debe mostrar a la afectividad la verdad que existe para que, al encontrar la verdad perciba lo bello y lo bueno que hay en esa realidad.
El amor puede modificar los sentimientos. Esto se puede realizar de dos maneras. En primer lugar, mostrando el aspecto de belleza que existe en el bien inteligible. Se produce, entonces, una actuación modulada y consciente de la afectividad que es positiva. Esta capacidad de modelar los propios sentimientos es importante en la vida racional.
En segundo lugar, se puede forzar la conducta humana actuando en contra de los propios sentimientos. Es el caso de la persona voluntarista y perfeccionista que camina a espaldas de lo que siente, y cuyo fin suele ser lo que la voluntad le dicta como deber. Hay alumnos que se rigen bajo este criterio y se les debe enseñar con una aplicación correcta de la metodología y mediante el diálogo.
La clave del buen funcionamiento de la inteligencia junto a la voluntad es el amor que conlleva esa intencionalidad antropológica. La persona está creada para amar e implica vivir y plasmar su vida conforme a ese fin. Es el ser individual quien ama, con su unidad y totalidad. Se ama con el cuerpo, con los afectos, con la inteligencia, con la voluntad y con la conducta diaria.
“El amor es aprobación gozosa de algo y deseo de fundirse con ese objeto. Esto es lo que se repite: la aprobación” (Piepper, J., 1976, p. 435) Esta tesis sostenida por Pieper (1) pone de manifiesto que, cuando se aprueba algo, lo que se hace es darlo por bueno. La aprobación que aquí se contiene es más bien la expresión de una voluntad. Incluye, por tanto, todo lo contrario de una neutralidad “teórica” nutrida de un distanciamiento indiferente. Quiere decir estar de acuerdo, asentir positivamente, la concesión de buen agrado al comprobar algo que se está deseando, la afirmación de un deseo realizado; es ensalzamiento del hecho, su alabanza y hasta la glorificación tributada por parte del que habla de esa forma. Por lo tanto amar es aprobar y afirmar. Pero el amor lo que hace es incitar, inclinarse y moverse hacia ese objeto que despierta el sentimiento.

(1) Joseph Pieper (1904-1997) fue catedrático de antropología Filosófica de la Universidad de Münster. Académico de diversas academias, profesor y conferenciante invitado en los cinco continentes.

En la actualidad no son pocos los alumnos que viven y explican el amor como si la persona fuera sólo cuerpo. Desde ese presupuesto, la educación para el amor se reduce al conocimiento del funcionamiento del cuerpo y las reacciones que en él se producen ante los diferentes estímulos a los que se le puede someter.
Desde el punto de vista de la educación personalizada se puede comparar este aspecto con la “autonomía” (García, V., 1970, p. 22) Se podría definir como la capacidad de la persona para gobernarse a sí misma. En virtud de esta nota constitutiva el ser humano rige sus propias acciones, es independiente y libre. “Es cierto que el hombre se encuentra condicionado y, en consecuencia, depende de factores físicos y psíquicos externos e internos. Pero no lo es menos el hecho de que la persona humana, en lo más profundo de su ser, no se encuentra dominada, sometida, determinada por las leyes que rigen la naturaleza física, pues es capaz de autodeterminarse, de sentirse y existir gracias a la adecuación de conocimiento intelectivo y sensible con la verdad, y el amor sensible e intelectivo que se dirige al bien” (Moreno, 1989, p. 129)

3. Educación afectiva imprescindible para el alumno.

El verdadero amor sensible e intelectivo integra una educación sexual que consiste en dos cuestiones básicas:

a) Educar la afectividad es educar para el amor, y esto trae consigo una maduración de los sentimientos.
b) Encauzar los impulsos y las pasiones de forma adecuada, insertándolos en el proyecto vital y en el tejido de la personalidad.

La educación de la afectividad tiene que ser personal. Cada alumno necesita ser comprendido en sus matices y aspectos diferenciales, no puede ser visto con una visión generalizadora. Cuando se va consiguiendo que esa educación sexual sea positiva, el sujeto es cada vez más capaz de entender y gobernar su sexualidad, poniéndola al servicio del amor a otra persona.
La afectividad actúa sobre la inteligencia y la voluntad. Los sentimientos facilitan la actuación de la inteligencia, ya que el conocimiento penetra más fácilmente en la mente cuando algo satisface y, posteriormente, se recuerda mejor. Cuando la voluntad se ve secundada por la propia apetencia, la acción voluntaria se realiza más fácilmente. Apostar con placer e ilusión aún en lo costoso permite actuar con menos estrés. Los sentimientos pueden restar voluntariedad a las acciones pero añaden humanidad.
La existencia de sentimientos puede llevar a obrar el bien; aunque a veces se vea distorsionado por agentes externos: condicionantes físicos, sociales y afectivos que se regulan a través de un adecuado auto-conocimiento. Es fundamental conocer el propio temperamento y la manera que se tiene de reaccionar ante la vida. Hay personalidades que son primarias, responden de modo inmediato ante cualquier estímulo. Y por otro lado, existen personalidades secundarias que tienden a una excesiva reflexión e introversión.
La sensibilidad, la madurez orgánica, afectiva e intelectual, se va configurando con un ritmo diferente en cada uno de los alumnos y se hace necesario atender a cada cual según su particular modo de ser y sus necesidades. Se requiere transformar la dimensión sensible en hábitos operativos fiables porque eso da lugar a una objetividad fuerte.
La dimensión sensible acompaña a todas las decisiones y a todos los actos. Hay que ser capaz de descubrir su valor. Estos y otros cambios son percibidos sentimentalmente, y sin duda influyen a la hora de mantener o cambiar una decisión. Se trata de adquirir las habilidades adecuadas para saber vivir con plenitud. Cuando se integran los sentimientos y los afectos en la voluntad y en la inteligencia la persona logra amar a los demás y alcanza una madurez adecuada e íntegra.
El amor no es un mero sentimiento, es, además una operación de la voluntad, es decir que puede corregirse, aumentarse y perfeccionarse. Si el amor fuera solo sentimiento, sentir dentro de uno vaivenes de alegría, de exaltación, etc. sería tanto como decir que el amor va y viene como quiere. Si el sujeto pierde las coordenadas de referencia se pierde el sentido y la dirección del amor.
Por este motivo, es imprescindible saber que un profesor tiene que ayudar a los alumnos a pensar e incluso ir más allá y ayudar a modelar su propio carácter. “Dar información es fácil. Formar una mente capaz de pensar por sí misma es difícil” (Bruce, R., 2013, p. 71). Un buen maestro llega a enfocar el amor de forma estable y verdadera.

4. CONCLUSIONES

A continuación y a modo de conclusión teniendo presente los dos objetivos de este artículo, se podría extraer los siguientes puntos de reflexión para llevar a cabo una buena educación basada en el amor y en la autorrealización de la persona (Lerch, P., 1968, p. 214-240):

a) El amor es un acto de la libertad, supone una previa deliberación y una posterior elección. Presupone la facultad para elegir, para rechazar, para modular la propia actividad. Gracias a la razón y a la voluntad el hombre es libre. Es, también, capaz de gobernarse a sí mismo, para encaminarse hacia un lugar determinado y también para ratificarse en los propios criterios o, incluso, para rectificarlos. Un buen profesor busca lo mejor del alumno y por este motivo una buena educación con aprecio y atención se fundamenta en la libertad. El alumno escoge libremente cualquier proceso metodológico si sabe el contenido y el desarrollo.
b) El amor es mucho más que un deseo, un apetito o una inclinación natural. Tiene tal fuerza, se experimenta con tal pasión, que bien se podría decir que se vive como un conflicto que enfrenta y a la vez liga a dos personas. Se establece así un compromiso una estrecha relación con la libertad del otro. “La libertad de cada uno queda comprometida en el amor. De ahí que este amor, el auténtico, el único que debería residir en el corazón humano sea un amor responsable, que quiere decir tanto como que es exigente, gravitando sobre las personas que participan de él unas obligaciones” (Revista de Occidente, p. 173)

El amor lleva a la persona diligente a marcarse cada día metas concretas, realistas, cultivando las virtudes, enreciando la voluntad, con la decisión por encima de todo de ser fiel al compromiso que haya adquirido. Por este motivo, un profesor que enseñe con amor conseguirá extraer del alumno lo mejor que tiene que es su capacidad de elección y de amar (Fagan, P. F, 2013)
A raíz de estos dos objetivos mencionados surge la dimensión afectiva que está enraizada con el amor. Dentro de esta dimensión afectiva están las emociones que introducen su propia referencia espontánea en la actitud de la persona hacia la verdad. Esta emoción no es algo subjetivo puesto que está arraigada en la misma naturaleza y en su conexión con la realidad (Bisquerra, 2015)
Sin embargo hay que mencionar que el poder de la inteligencia y de la voluntad sobre las emociones no es absoluto, sino político y diplomático (Aristóteles). Se ha de conseguir que la energía emocional sea integrada en cada uno de los actos, de manera que no sólo no sea un estorbo, sino que sea una ayuda (Miguez, M., 2006) La voluntad entra en juego en este momento, limitando en cierta medida la explosión espontánea de la energía emotiva, y “llegando incluso a asimilar parte de esa energía; y cuando se asimila de modo adecuado, esa energía aumenta de modo considerable la energía de la misma voluntad” (Woytila, K., 1982, p. 104)
El conocimiento y el amor bien ordenados llevarán a una felicidad plena y autorrealización de la persona. Considerarán a la otra persona como un bien en sí misma, como algo de suyo valioso y de suyo amable; se amará a la persona por el valor que en sí misma tiene. Cuando se conoce –con la inteligencia- se logra que la sexualidad esté integrada en un proyecto global de vida, que tiende a la estabilidad por los estrechos vínculos que hay entre la dimensión sexual de la persona y sus valores.
Los instintos sexuales que percibe el alumno son una realidad positiva. Para encauzarlos se requiere enseñar y dar una buena formación al alumno en las dos vertientes mencionadas – el conocimiento y el amor- que regulan el comportamiento de toda persona sabiendo que la educación de la sexualidad incluye e integra a toda la persona. Por estas razones es bueno indicar algunas motivaciones positivas y posibles (Irala, J., 2005, p. 89) en la educación de la afectividad:

– Formación en virtudes y valores como fundamento para la educación de la sexualidad y de la afectividad.
– Distinción entre amor y deseo. Este último es sólo la manifestación biológica del amor.
– Conversación frecuente y específica de la sexualidad. Abrir un canal de comunicación permanente entre padres e hijos.
– Oferta de modelos atractivos que contrarresten algunos medios de comunicación que ejercen una presión importante sobre la juventud, sus comportamientos y las relaciones sexuales entre los jóvenes.

En definitiva, la educación afectiva sexual debe conseguir varios objetivos: conocimiento claro de la sexualidad humana; aceptación de la propia sexualidad como buena; y el debido respeto a la sexualidad como medio de realización personal, de comunicación interpersonal y transmisión de la vida (Unesco, 2014). Todo ello se realiza cuando el conocimiento sensible e intelectivo junto con el amor profundiza en aquello que es bueno, verdadero y bello; y así consigue mover adecuadamente las capacidades psíquicas para que la persona logre la plenitud personal que es su felicidad.
A la hora de enseñar a amar se han de tener en cuenta unos principios generales:

a) Gradualidad. Al igual que la naturaleza impone un proceso de gradualidad desde el nacimiento (la alimentación, el sueño, el crecimiento, el peso, las primeras palabras); la educación sexual, también, debería ser gradual, adaptada a la madurez física y psicológica del niño, a su edad y capacidad de asimilación.
b) Veracidad. Es fundamental que la información sexual se realice con veracidad, naturalidad, precisión y delicadeza, sin reducirla a la exposición de los meros mecanismos biológicos. Se ha de enseñar y ayudar a asimilar la información recibida orientando su comportamiento. Actualmente hay muchos programas entorno a este campo aunque se debería tener en cuenta la edad del alumno, la familia y una explicación incisiva que ayudará a crecer al alumno como persona puesto que existe una preocupación real del sexo, ya que sin querer se está enfocando de una forma ligera y trivial.
c) Planificación. Es conveniente tener para cada uno de los alumnos una planificación específica para educar en este campo según el proceso evolutivo y psicológico del alumno. Es un punto importante en el que se debe puntualizar pensando en cada uno de ellos juntamente con los padres.
d) Evaluación. Es el paso siguiente después de planificar. Implica recoger las conversaciones mantenidas con cada uno y concretar algún tema con más profundidad.
e) Sentido positivo. Hay que estar convencido de que cada alumno tiene más virtudes que defectos, y hay que confiar en que son capaces de lo mejor, motivarlos e ilusionarlos por conseguir lo grande, que descubran el bien y aprendan a saborearlo.
Un verdadero conocimiento sensible e intelectual llegará a formar a cualquier persona en una buena elección para amar. Todo amor humano comienza por una atracción que se puede designar con el término “enamoramiento” (Maurius, A., 1960, p. 52) que es un vago deseo afectivo todavía impersonal que inspira agradables deseos de espera pero que no debe confundirse con el amor -que es querer un bien para el otro-. El enamoramiento es afectivo, y no voluntario. En el enamoramiento hay una especie de embeleso que es una forma estática de alegría. El individuo es alzado por el objeto en un impulso que experimenta como arrebato ascendente de la vitalidad y lo lleva a una vida más intensa.

En el amor, sin embargo, existe una tendencia a trascender el yo individual, el amor se dirige al tú como valor de sentido. Sólo pretende existir para el otro, para servir a sus posibilidades de valor más elevadas, por eso posee siempre un elemento educativo, del mismo modo que la educación auténtica no es posible sin este tipo de amor.
“Es preciso aprender a crear armonía entre la voluntad que elige; y las tres vivencias afectivas más importantes: los sentimientos, las pasiones y las motivaciones” (Rojas, E., 1987, p. 24)
En definitiva, educar supone educar en el amor que conlleva buscar la intencionalidad de la persona, logrando la autorrealización de la persona que se consigue cuando la inteligencia conoce la verdad guiando la voluntad al bien. Esto supone un equilibrio entre conocimiento y amor sensible e intelectivo integrado en la persona que está presente en cada una de las funciones psíquicas (Martínez, C., 2012)

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